Cuando la Inquisición se traslada a Toledo, sucede un intento de rebelión inspirado en el que ocurrió en Sevilla a la altura de 1480. Ahora estamos en 1485, cuando los conversos de la ciudad pretenden llevar a cabo un tumulto para protestar por la presencia del Santo Oficio.

Escogen como fecha para concretar su plan el 2 de junio, cuando esté en desarrollo la procesión del Corpus Christi. Los cristianos nuevos pretenden asesinar a los inquisidores para tomar después la ciudad y, en caso de necesidad, armarse para impedir la llegada de tropas enviadas por la Corona.

Pero se repitió el episodio de Sevilla, que hemos descrito en fragmento anterior: los comprometidos, la mayoría hombres ricos que pensaban contar con el apoyo de sus vecinos, fueron delatados y detenidos antes de que entraran en acción. Un primer auto de fe, llevado a cabo después del descubrimiento de la conjura y ocurrido el 12 de febrero de 1486, hizo desfilar a ciento cincuenta de ellos con la cabeza descubierta y descalzos, todos con cirios apagados en la mano como señal de la oscuridad que simbolizaban.

Hablamos de un número considerable de enemigos dispuestos a jugarse la vida. La amenaza de motín llevó a ajustar los procedimientos de vigilancia del tribunal, que desembocaron en la designación de fray Tomás de Torquemada como Comisario del Consejo Supremo, con autoridad para reforzar la actividad de sus dependientes en los tribunales de Castilla y de León.