
En la Guadalajara de principios del siglo XVI se ordenó una investigación por unas sospechas de una proliferación de herejías fomentada por eclesiásticos. Los inquisidores fijaron la vista en un joven muy dinámico y cada vez más conocido por la feligresía, el lego Ruíz de Alcaraz, quien fue formalmente acusado después de las averiguaciones preliminares.
El joven aseguraba que solo hacía falta la oración mental para salvar el alma, y que la unión sexual era también una unión con Dios. También predicaba sobre la ineficacia de la confesión, de las indulgencias y de las buenas obras. Después de ser sometido a crueles torturas, finalmente cedió y se arrepintió de sus prédicas, a las que consideró como fruto de la ligereza y la locura, pero fue sentenciado a prisión perpetua y a confiscación de bienes.
Lo azotaron en la plaza principal de Guadalajara, para advertencia de quienes se atrevieran a animarse con las desviaciones de las que se había arrepentido a través del rigor.