
En 1518, cuando el joven rey Carlos I convoca las primeras cortes en Valladolid, recibe quejas sobre los excesos de la Inquisición y peticiones para que los acabe, o los restrinja. Poco después, una representación de los conversos del reino le ofrece un rico subsidio de recibimiento, si regula y fiscaliza las actividades de los inquisidores.
En breve las Cortes reunidas en Aragón insisten en la solicitud, implorando por su urgente cumplimiento. Una representación de Castilla llega entonces a afirmar que la severidad de los inquisidores era innecesaria.
Por entonces sabe el recién estrenado monarca que el Papa León X, ante una lluvia de solicitudes, está dispuesto a aceptar los ruegos de clemencia que le han hecho los conversos. Pero no solo se cierra el nuevo rey a las peticiones, sino que también presiona al pontífice para que no publique una bula que pueda favorecer o tranquilizar a los cristianos nuevos. León X lo complace.