El Edicto de Fe de 1519, al cual acudimos con insistencia para trasmitir el empeño de la Inquisición en la persecución y la vigilancia de judaizantes, llega al extremo de ordenar la denuncia de los descendientes de hebreos que, ya convertidos, ejercían funciones de importancia en la comunidad, o destacaban por algunos detalles llamativos. Leamos un fragmento del férreo documento: ¨Prontamente informar si algunas personas son hijos o nietos de los condenados y, siendo descalificadas, hicieran uso de cargo público, o portasen armas o llevaran seda o paño fino, o adornasen sus vestidos con oro, plata, perlas u otras piedras preciosas o coral, o hicieran uso de alguna otra cosa que les está prohibida, o están descalificados para tener¨

Mandatos de esta naturaleza podían dar a los inquisidores una legión de denunciantes en las ciudades, villas y aldeas en cuyo seno pudieran destacar, por su trabajo o por su indumentaria, los descendientes de los hebreos perseguidos y condenados antes, pero de cuya fe se habían desligado formalmente al recibir el sacramento del bautismo.