
Nutca y la Alaska española
Sabemos casi por defecto que el extensísimo imperio español llegó en su apogeo a cubrir desde el Estrecho de Magallanes hasta las regiones áridas de la California norteamericana, más arriba de esa frontera natural entre México y Estados Unidos en que se ha convertido el río Grande. Los mencionados territorios les fueron arrebatados a la nación latinoamericana a manos de los estadounidenses luego de una amarga guerra. Sin embargo, en cierto punto de la historia los dominios españoles llegaron a marcar su nombre en latitudes que por poco alcanzan el círculo polar ártico. Y es que, desde el instante mismo en que Vasco Núñez de Balboa clama tomar posesión de Océano Pacífico luego de cruzar el istmo de Panamá, los territorios americanos que lo bordean quedaron reclamados para la Corona. En la segunda mitad del siglo XVIII, dichos territorios comenzaron a ser ocupados de manera invasiva por comerciantes de pieles rusos y británicos, ante lo cual el rey Carlos III respondió comisionando exploraciones para reforzar los derechos de España en Norteamérica.
Así, a partir de 1774, el explorador Juan Pérez inició una serie de expediciones que recorrieron la actual costa oeste de Estados Unidos y llegó a las actuales islas de Nutca y Vancouver, a la que le siguió una encabezada por Bruno de Heceta y Juan de la Bodega y Quadra, consiguiendo tomar posesión de la costa del actual estado de Washington. En 1779, Ignacio de Arteaga consiguió navegar hasta la bahía de Bucareli y la isla de la Magdalena (actual isla de Hichinbrook). Esteban José Martínez y Gonzalo López de Haro pudieron llegar hasta la isla de Unalaska en 1788, y al año siguiente tomaron posesión formal de la isla de Nutca, construyendo ahí el fuerte de San Miguel de Nutca. Pese a que las exploraciones prosiguieron en los años subsiguientes, la crisis que se desató con el Reino Unido originó la firma de las Convenciones de Nutca, en las que España tuvo que abandonar dichos territorios en favor de los británicos. Podría decirse con propiedad entonces que el imperio español logró, en estos años, la mayor expansión territorial y el mayor esplendor de su dominio en América como nunca antes en su historia.