
Un sospechoso de herejía a quien se acusaba en el siglo XIII para llevarlo a la hoguera, ofreció una explicación de su conducta que dejó pasmados a los acusadores. Como no bastaron sus afirmaciones en el sentido de que había guardado durante toda su vida un respetuoso acatamiento de las leyes de la Iglesia y asistía a las misas dominicales; como se cansó de jurar su apego a los dogmas de la cristiandad y su ausencia de vínculos con comunidades judías, hizo una declaración que no pudo ser respondida de inmediato por los acusadores.
Según consta en su expediente, se levantó del banquillo para gritar: ¨! Oídme, milores!, no soy ningún hereje, pues tengo esposa y cohabito con ella y tengo hijos; y como carne y miento y juro y soy un cristiano fiel¨.