
Bien es sabido que el arribo de la primera expedición española a tierras americanas significó un antes y un después en la historia de la humanidad, tanto en términos económicos, políticos, culturales y científicos. Pero también lo fue para el recién unificado Reino de España que, en el mismo año de 1492, a la par de haber descubierto el Nuevo Mundo de la mano de Cristóbal Colón, había logrado reunificar su territorio luego de 781 años de dominación musulmana. En la mentalidad de los peninsulares veían que su entorno, español por proximidad y europeo por extensión, estaba desgastado por sus propios problemas internos, por las guerras y demás elementos negativos que percibían en el estado de las cosas y de la naturaleza del ser humano que habían conocido hasta el momento.
En América vieron sin embargo una nueva oportunidad de proyectarse, de renovarse y de sentir que en este nuevo escenario podían enmendar todos sus errores y limpiar todos sus pecados para así comenzar de nuevo y crear una mejor sociedad. Siendo consecuentes con este hecho, sus nuevos asentamientos expresarán esta voluntad comenzando en primera instancia por sus nombres: Nueva Cádiz, Nueva Castilla, Nueva Andalucía, Nueva Extremadura, Nueva Toledo, Nueva España. Y también abundan los ejemplos sin el adjetivo: Mérida, Barcelona, La Rioja, Trujillo, Guadalajara, Valencia, entre otros. Eso, añadido a las consagraciones a su santo patrón, Santiago. América fue así, en más de un sentido, una manifestación primigenia de sus más altos ideales, y una declaración de principios que, a la postre, logró su cometido de generar una nueva cultura híbrida propia de un tipo de ser humano: el hombre americano.