
Se señaló en anterior fragmento que a los reos de la Inquisición les estaba prohibido conocer la identidad de los testigos citados por los acusadores. Tampoco podían solicitar opiniones en su favor. El célebre fray Luis de León, pese a que jamás supo con exactitud quienes fueron los hombres que atestiguaron en su contra ante los inquisidores, tuvo la posibilidad de descalificarlos.
Como venía de un ambiente pequeño, la Universidad de Salamanca, y conocía los intereses y las antipatías que se movían en los cenáculos religiosos de la ciudad, le fue sencillo relacionarlos con las rencillas debido a las cuales se prestaban para perjudicarlo. Como pertenecía a la orden de los agustinos, no dudó en asegurar que los jerónimos y los dominicos se habían confabulado en su contra debido a la antigua y conocida rivalidad de las congregaciones.
Hizo lo mismo con los catedráticos con quienes había tenido antes diferencias personales, para asegurar que los movían oscuros propósitos debido a los cuales no se debían aceptar sus torcidas versiones. Los inquisidores callaron ante el alegato. Se acusó a fray Luis de hacer críticas nocivas contra la Vulgata, y de conductas extrañas que podían relacionarse con sus oscuros orígenes, debido a que era descendiente de cristianos nuevos, pero no tuvieron más remedio que dejarlo en libertad.