
Escogido por un respetado y popular profeta llamado Samuel, Saúl figura en la historia como primer rey de Israel. Había obtenido importantes victorias militares contra los amonitas y los filisteos para adquirir un poder que llamó la atención del profeta, quien organizó una ceremonia de unción para honrarlo y fortalecerlo. Así, por primera vez en la historia de la humanidad se llevó a cabo una ceremonia en cuyo clímax se untaron la cabeza y las manos del escogido con aceite consagrado.
El novedoso evento no se había utilizado antes, pero se rescatará a partir de la Edad Media para la legitimación de los monarcas cristianos. De acuerdo con la enseñanza del profeta Samuel, la unción no significaba que el rey fuese de naturaleza divina ni un enviado de la divinidad designado para gobernar una ciudad o una comarca más dilatada en sentido geográfico, sino que era propiedad de Yahvé. Yahvé lo había tomado como su pertenencia, favor insólito que le concedía excepcionalidad ante el resto de los elementos políticos y autoridad para defenderse de quienes se le opusieran.