
El ascenso de David provocó que los filisteos y los jebuseos, entonces enseñoreados en Jerusalén, se uniesen para derrocarlo. David triunfó en la campaña militar y se apoderó de la ciudad. La protegió con fortificaciones y ordenó construcciones en la parte interior de su terraplén. La llamó ¨ciudad de David¨, y se convirtió en el primer sitio de residencia estable de la realeza y núcleo desde el cual pudo iniciar la unificación de las tribus dispersas. Como señala el historiador Luis Suárez, ¨se precisaba de un lugar que fuese, con exactitud, propiedad, residencia y regalo para el rey¨.
Desde su flamante trono, David prohibió los cultos idolátricos e hizo traer el Arca de la Alianza a la colina de Sión, después de librarla del control de los filisteos, para que la fortificación se convirtiera en una posibilidad de dominio político y de influencia religiosa que no se había logrado hasta entonces. La connotación metafísica que ahora aparece será continuada por los musulmanes, quienes establecen un nexo de la urbe con sus interpretaciones del mundo; y después por los cristianos, para cuyo culto Jerusalén es un reflejo de la comunidad celestial. La celebridad de la ciudad tres veces santa, su trascendencia política y religiosa, encuentra origen en el reinado de David.