Durante el Siglo de Oro español se puso muy de moda las corrientes religiosas nutridad de misticismo, y muchos de sus protagonistas alcanzaron tal grado de benevolencia y santidad que fueron integrados al santoral mucho después de su muerte.

Sin embargo, muchas exageraciones que se hicieron contra quienes destacaban por sus cualidades místicas, y después la posibilidad de relacionarlos con las doctrinas protestantes, los llevaron a ser condenados por la Inquisición.

No pocos fueron investigados, y algunos dieron con sus carnes en la hoguera. Cuando gozaron de fama en sus comunidades, o llamaron la atención por sus extravagancias, se consideró que podían estar poseídos por el demonio o por estar influenciados por los reformadores extranjeros.

De allí que las cárceles del Santo Oficio no solo hospedaran a “marranos” (judíos convertidos) y “moriscos” (musulmanes), sino también a destacadas figuras que se admiraban por sus actitudes de indiscutible fe sin ser ejemplos serios de ortodoxia, según los jueces.